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Crear y reinventarse: Los venezolanos ante el bloqueo de EEUU a los alimentos

viernes, 9 de octubre de 2020
Produciendo alimentos


EEUU trata de impedir que los venezolanos nos alimentemos. Venezuela, que por décadas importó más del 70% de los alimentos que consume su población, ha tenido que sortear todo tipo de obstáculos para que su gente no perezca de hambre a consecuencia de la brutalidad y crueldad de las sanciones económicas de EEUU contra PDVSA, generadora de las divisas que permiten que la economía venezolna tenga vida. Sabiendo eso, EEUU aplica desde mayo de 2011 sanciones a PDVSA, las que primero prohibieron ciertos movimientos financieros y la venta de repuestos para plantas y refinerías. 

Luego, en los años siguientes el cerco sobre la petrolera que produce el dinero para comprar alimentos, medicnas, maquinaria e insumos se fue incrementando hasta llegar a septiembre de 2017 cuando Trump prácticamente prohibió todo tipo de transacción a la empresa, provocando con ello la hiperinflación que desde esos días azota al país. Al mismo tiempo la imposiblidad de transar de manera normal, sumada a las amenazas de EEUU a compradores, el robo descarado de instalaciones y otras medidas restrictivas ilegales según el derecho internacional han hecho retroceder la producción de petróleo dado que se dificulta su venta y los inventarios están a tope. La consecuencia: falta de divisas para comprar comida, medicinas e insumos, que emparejada con el decomiso y robo de miles de toneladas de comida de los CLAP, el encarcelamiento y quiebra de los empresarios que vendan comida a Venezuela, entre otras, ha ocasionado una crisis alimentaria en el país que no ha llegado a más debido a la innata creatividad de los venezolanos. En este reporte se esbozan algunas experiencias.

Hablar de resiliencia y creatividad en Venezuela implica dar un vistazo a los últimos años de bloqueo y sabotaje económico de EEUU contra la nación caribeña sometida a sanciones económicas desde hace casi 10 años.

Los venezolanos, habitantes de las principales ciudades, volvieron por un tiempo al maíz en grano en sustitución de la harina de maíz precocido, así también incluyeron al plátano, la yuca, el apio, la batata, entre otros tubérculos y legumbres, en sustitución del pan. Cuando se fue la harina de trigo volvió la dulcería criolla y con ella nuevos rituales para los citadinos.

Pero ¿a qué se llama, nuevo? Lo nuevo es, simplemente, volver sobre la historia reciente y recuperar las prácticas ancestrales que fueron desplazadas por las costumbres de la sociedad moderna. Volver sobre la tradición desplazada por el mercado y sus necesidades impuestas.

Aunque Venezuela enfrentó las conspiraciones con la importación de alimentos y su distribución a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, las sanciones no cesan y es probable que se intente impedir la distribución de la Caja CLAP que ha permitido al Gobierno paliar la crisis alimentaria.

Quizá sea este el momento para volver, de manera definitiva, a la siembra, la cosecha, distribución y preparación de alimentos producidos localmente. Al menos así lo piensan dos investigadores venezolanos, quienes en un diálogo con Sputnik, compartieron sus puntos de vista sobre el camino que debe seguir el país suramericano para sortear las duras pruebas impuestas por las medidas coercitivas unilaterales promovidas desde Estados Unidos.


"15.000 años de colectivismo y no queremos ver a nuestros pueblos originarios como maestros"
Andrés Avellaneda, profesor universitario, investigador de la cría campesina de maíz cariaco, oriundo de Petare, estado Miranda, y “llanerizado”, como él dice, en el estado Guárico, plantea que retomar los valores de las culturas ancestrales e indoculturas es la solución definitiva a la crisis.

Avellaneda propone reencontrarnos con esas culturas y verlas desde su integralidad. "Estudiar nuestros pueblos originarios. Cómo fueron, cómo vieron el mundo, cómo se desenvolvían, qué hacían". Pese a más de 500 años de coloniaje nuestras culturas ancestrales sobreviven y se manifiestan. "Cuando tú pasas por un sitio y te huele a cachapa, usted se remontó a 8.000 años atrás. Cuando usted, todos los días, para hacer una arepa pela por un budare, esos son 7.000 años por lo menos de historia".

Nuestros pueblos originarios son clave en la creación de mundos más justos. El docente universitario e investigador señala que cometemos el error de buscar en fuentes europeas. "La comuna francesa duró aproximadamente tres meses y se ha escrito de todo por esos tres meses, nosotros tenemos 15.000 años de historia de colectivismo y no queremos ver a nuestros pueblos originarios como maestros".

"La territorialidad empieza con su cosmovisión, su territorio espiritual. El territorio me habla y yo entablo un diálogo con el territorio." Por eso el conuco no es solo un espacio de siembra, la relación de cada ser humano con su suelo produce alimentos materiales y espirituales.

    "Cuando un campesino le habla a una mata, cuando un campesino para sembrar toma en consideración la luna, ésa es su cultura madre que se está expresando allí. Cuando ante la arepa industrial, los pueblos responden haciendo cachapa o haciendo su arepa de maíz pilado, eso es otra forma de ver el mundo y de responder ante el mundo".

Esta visión, según la cual la tierra es sagrada, es una deidad a la que no puedes explotar, se opone a la visión que cosifica a la tierra, que despoja a la materia de su espíritu.

Avellaneda considera que la agricultura urbana, respuesta gubernamental a la crisis alimentaria, es parte del modelo de modernidad impuesto por Estados Unidos y Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial y esta mantiene al país en la dependencia.

"Normalmente nosotros lo vemos por fragmentos pero hay que verlo como un conjunto. Ese plan de desarrollo de modernización incluye cinco puntos fundamentales:

    La industrialización
    El urbanismo
    La tecnificación de la agricultura
    La estructura científico-técnica a nivel de todos los países
    Los planes de sustitución de las culturas locales por la cultura moderna.

Hay que verlo integralmente porque ese es el plan de desarrollo para el capitalismo".

Avellaneda advierte que "es la concentración en las ciudades, la industrialización, la que requiere de mano de obra abundante que esté a su servicio, la tecnificación de la agricultura es lo que permite que haya grandes desplazamientos de los campesinos a las ciudades, eso es un plan de dominio perfecto".

"La agresión, los pueblos la responden volviendo, retomando su cultura, lo que ellos sabían hacer, que era la piladera y en esa piladera también estaban los molinos, como parte de esa evolución histórico-cultural donde los pueblos no se niegan a la tecnología, sino que se van adecuando a la tecnología según sus demandas. No como hace la industrialización, que de golpe y porrazo te elimina la piladera completamente, te pone una harina en paquetico y te destruye y desestructura toda la red cultural que surtía al campo y a la ciudad. Ahí había una red campo-ciudad que enviaba los alimentos a las ciudades y en las mismas ciudades, una red fundamentalmente cultural. El pueblo trata de rescatar, de restablecer, de restituir esa red, de volverla a conformar para darle una respuesta realmente soberana a la crisis".


"Debemos promover una nueva agricultura cercana a la gente"
César Aponte, biólogo vinculado al estudio del Cambio Climático y el Desarrollo Sustentable, explica que la agroindustria además de ser una causa estructural de la pérdida de diversidad biológica "es una manera errónea e irracional de relacionarnos con la naturaleza". Este modelo consume el 70% del agua utilizada en el mundo y es responsable de 21% del total de emisiones de Gases Efecto Invernadero. La revolución verde no solo no erradicó el hambre sino que la acentuó, Aponte señala en este sentido que aunque la agricultura mundial podría alimentar a 12.000 millones de personas, más de 1.000 millones padecen de hambre.
 

 "Debemos promover una nueva agricultura cercana a la gente, que requiera menos transporte, menos agua e insumos externos contaminantes. El conuco, como práctica tradicional de siembra a escala familiar, es contrario a toda esta tendencia agroindustrial, y precisamente por eso debería enseñarse en la escuela, porque es algo natural que hemos olvidado".


Aponte reconoce que aunque el proceso político iniciado con Chávez abrió oportunidades al traer consigo un “mirarnos hacia adentro”, hay realidades que no han cambiado.

La dependencia económica de la actual Venezuela se origina en una pasada y presente dependencia cultural de Occidente. La invasión europea terminó en la usurpación y negación de las culturas originarias. El rol de exportador de materias primas e importador de productos terminados inició en la colonia y se afianzó en la Venezuela del siglo XX con el petróleo. “A pesar de eventos reivindicativos como la ley de tierras, y varios intentos de impulsar una economía agraria en los últimos 20 años, la realidad es que en la segunda década del siglo XXI vemos como se ha incrementado la importación de alimentos, incluso los de la dieta básica del venezolano”, explica.

"En 2015 pudimos ver desde manifestaciones contraculturales moliendo maíz y distribuyendo masa frente a cadenas de comida rápida, hasta la aparición de redes de comercio de masa para arepas, en distintos lugares de la ciudad y de diferentes estratos socio-económicos, todo fue veloz. Y así también muy rápido desapareció, tan pronto volvió la harina de maíz a los anaqueles o a la caja del CLAP".

Sin embargo, Aponte destaca que gracias a la crisis alimentaria emergieron soluciones basadas en la organización del trabajo colectivo, cooperativo y sin intermediarios entre productores y consumidores.

“Se han creado pequeños circuitos de comercio y de producción, muchos han podido recurrir a la agricultura de subsistencia, muchos productores agrícolas se han asociado en esquemas de distribución y ventas planificadas, o en sistemas de distribución sin intermediarios en donde la cosecha va directo a las manos de quienes la comen. Otros se han aventurado en la producción de algunos bienes manufacturados artesanalmente o semiindustrialmente, y uno puede ver cómo se van tejiendo redes autónomas de pequeñas economías alternativas que si bien configuran formas de resistencia ante una crisis, pueden resultar en un piso más firme para enfrentar el escenario pospandemia”.


La cuarentena planetaria cambia las condiciones y hace que las economías sustentadas en sus propias capacidades creativas, materiales e intelectuales, tengan mayores ventajas en un nuevo escenario que apenas se configura. Venezuela tiene el desafío de abandonar el rol de exportador de materias primas que le fue impuesto a principios del siglo XX y responder al instinto de supervivencia de su gente.

 

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